Despierto con un mensaje que darte y un secreto que espero acercar a tus ojos. Te encuentro radiante, con la voz embriagadora que te caracteriza. Yo no entiendo de hacerme el fuerte y tampoco quiero. Cedo, tan cobarde como puedo y tanto como me enseñó la propia vida, me dejo convencer por la ilusión de amar.
Vendido a tus manos y al dulce mirar de la memoria, el peso en la espalda pesa y las horas juegan a desdibujar. Descubro que no eres más que un regalo y, a estas alturas, me sigo dejando sorprender sin tapujo, ni mentiras, por ese instante de luz donde apareces y me pierdo en pensarte, sí, desnuda.
Te pienso.
De vuelta al trabajo, algo más tarde, voy encontrando atajos en la música que me acompaña y la acera te siente cerca... mis pasos, andan ligeros, felices. No sé si hay camino o lo hacemos.
Así, no me importa que armes o destroces, que marches sin dar un portazo, que mis días queden en medias mitades sin ti y las fotos, enseñen el cielo como el que pide un beso a gritos.
Por poco que tenga, siempre fue bueno verte en mi camino.
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